La envidia es un vicio perverso e imperdonable, ya que es
el que tiene el mayor poder corrosivo para el vicioso, a la vez que es
demoledor para el envidiado. Merece un apartado especial por su ubicuidad en cualquier medio y porque está enlazado con todos los demás de diversas y
tortuosas maneras.
Con la envidia se vinculan la ira, los celos, la
competitividad, la calumnia, la maledicencia, la rivalidad, la avaricia, el
rencor, la venganza y todo el espectro de la ruindad humana. Además, la envidia,
a diferencia de los vicios restantes, no deja demasiado espacio al placer, a
excepción del placer de ver al envidiado destruido.
La tristeza por el
bien ajeno (o la alegría por el mal ajeno).
La psicóloga recibe a su paciente que sigue un tratamiento por depresión. Aquél día fue
distinto, Por primera vez en mucho tiempo mostraba la sonrisa más angelical y sincera
que le hubiera visto en la cara. ¿Parece que te encuentras mejor? , le pregunta
la terapeuta.
" Mi enemiga ha suspendido la selectividad y no podrá entrar
en mi facultad, " responde la paciente
con un brillo inusual en los ojos. La envidia malsana mostraba su cara más
genuina, sin tapujos.
La envidia tiene más concordancia con la percepción interna
de inferioridad, que con la escasez objetiva. No es que la envidiosa no tuviera
los medios para entrar en la universidad, sino que se sentía inferior a la
envidiada.
Para que la envidia
esté presente se necesitan tres partes:
El envidioso (sujeto).
El envidiado (supuesto rival)
Una posesión (un bien)
El bien puede ser material o no, por ejemplo, la felicidad
que el envidioso atribuye al envidiado.
Así, la envidia se define como una incomodidad, tristeza o
malestar que siente el sujeto al pensar que no posee el bien que tiene el
rival.
Si la envidia pasa a ser maligna, también se desea que el rival
no tenga el bien. En este caso se trata de la envidia malsana o destructiva. La
envidia sana suele estar mezclada con admiración.
Esta pasión proviene de la tendencia humana a evaluar el
propio bienestar mediante la comparación con el prójimo.
En un ensayo magistral sobre la envidia, el filósofo Alfonso Tresguerres
elabora un retrato del envidioso y del envidiado y concluye afirmando que no es
necesario que exista una superioridad real del envidiado ni tampoco la posesión
de algo que le haga aparecer de inmediato como superior. Solo hace falta que el
envidioso lo vea como tal. El envidioso se siente inferior al envidiado y es la
envidia el rasgo que desvela este sentimiento. Por esta misma razón, el
envidioso no está dispuesto a reconocerlo ni siquiera ante sí mismo. Por eso
también la envidia se oculta y se niega tenazmente. Añade, por último una frase
de Rochefoucauld: A menudo se hace
ostentación de las pasiones, aunque sean las más criminales, pero la envidia es
una pasión cobarde y vergonzosa, que nadie se atreve nunca a admitir. Sería
como admitir la propia inferioridad.
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