Los siete pecados capitales fueron en su día ocho,
concebidos por el monje griego Evagrio Póntico en los primeros tiempos del
cristianismo para definir las principales inclinaciones negativas del ser
humano. La soberbia es una característica común al ser humano que implica la constante y permanente autoalabanza que una persona realiza sobre sí misma. La soberbia es, además, una actitud de constante autoadmiración que hace que la persona en cuestión deje de considerar los derechos y necesidades de aquellos que la rodean al considerarlos inferiores y menos importantes.
El infierno era la condena para cualquiera de los
ocho.
En el siglo VI, el Papa Gregorio modificó por primera vez la lista
incluyendo la Envidia a la vez que fundía Orgullo y Vanidad en una sola
falta. En el siglo XVII, la lista se vio afectada por nuevas reformas, de
manera que la Melancolía dejó de ser pecado y fue reemplazada por la Pereza.
Fue así como se llegó a la enumeración de los pecados capitales que hoy siguen
vigentes, y que servirán de eje para los siete próximos textos, en los que
abordaré cada uno de los pecados a partir de sus múltiples definiciones.
Según el diccionario: sustantivo femenino, soberbia viene del latín superbia,
y significa altivez, orgullo, arrogancia, presunción.
Según la Iglesia
Católica: el amor propio que va demasiado lejos, poniéndose
por encima del amor a Dios, y yendo, por tanto, contra el Primer Mandamiento
(Amarás a Dios sobre todas las cosas). Ésta fue la pasión que alimentó la rebelión
de los ángeles y provocó la caída de Lucifer.
En una historia zen:
El gran maestro de Tofuku percibió un movimiento
inusual en el monasterio. Los novicios corrían de acá para allá y los
sirvientes se colocaban en fila como para recibir a alguien.
“¿Qué está ocurriendo aquí?”, preguntó.
Un soldado se aproximó al maestro y le entregó una
tarjeta en la que se podía leer: “Kitagaki, el gobernador de Kioto, acaba de
llegar y pide una audiencia”.
“No tengo nada de qué hablar con esta persona”, dijo
el maestro.
Algunos minutos más tarde, se acercó el gobernador,
pidió disculpas, realizó algunas tachaduras en la tarjeta, y se la entregó
una vez más al maestro.
Ahora se leía: “Kitagaki pide una audiencia”.
“Bienvenido”, dijo el maestro zen de Tofoku.
La soberbia es un rasgo
característico del ser humano ya que tiene que ver con el desarrollo de la
autoconciencia y de cada individuo como un ente único y separado del ambiente
en el que habita, capacidad que no existe en el caso de los animales. La
posibilidad que tenemos de reconocernos como seres capaces de muchas
habilidades, facultades y virtudes es lo que deriva en la existencia de la
soberbia. Si bien la soberbia puede darse en todos los individuos en algún
punto de su vida de modos más o menos profundos, se habla de soberbia
específicamente cuando los rasgos de vanidad y autoalabanza de una persona se
vuelven exagerados.
La soberbia es uno de los defectos
más criticados por la mayoría de las religiones que basan sus teorías en el
desarrollo de virtudes tales como la humildad, el respeto y entrega hacia el
Dios correspondiente, la compasión y el desinterés por las cuestiones
materiales. Esto es especialmente visible para el Cristianismo que, además de
las ya mencionadas, señala a la soberbia como uno de los pecados más
importantes y graves que puede cometer el ser humano.
Hoy en día, las sociedades
posmodernas se caracterizan por la existencia de gran número de estas actitudes
debido a la importancia que se da al individualismo, a la noción de triunfo
social y económico como consecuencia exclusiva de los logros individuales y no
de los logros sociales o del contexto, al egocentrismo y a otras muchas
circunstancias que desatan altos niveles de soberbia y narcisismo en miles de
individuos.
Dios resiste
a los soberbios, y da gracia a los humildes.1 Pedro 5:5.
Qué pide el
Señor de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante
tu Dios. Miqueas 6:8.
GRANDE Y
HUMILDE A LA VEZ
Reconozcamos que en general esa
virtud llamada humildad, se aprecia poco y se practica menos aún. Cuando se
encuentran oídos dispuestos a escuchar, gustosamente se elogia a los ganadores,
a los que se imponen.
La humildad es uno de los
maravillosos rasgos que distinguieron a nuestro Señor Jesucristo. Él nunca
buscó la popularidad; al contrario, huía de ella (Marcos 1:37-38). Él, el gran
Dios del cielo y de la tierra, a quien todo le pertenece, fue humilde entre los
humildes. Nacido en la pobreza, aprendió el oficio de carpintero. A pesar de su
divina sabiduría y de su perfecto conocimiento, esperó hasta cumplir treinta
años para empezar su servicio público: anunciar el reino de Dios, enseñar y
curar. “Cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no
amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:23).
Jesús es nuestro modelo, pero
¡cuán difícil es seguir sus huellas! Una verdadera humildad debería distinguir
a un cristiano entre personas que buscan sus propios intereses, que quieren
dominar a los demás, engrandecerse y hacer valer sus derechos. Ésta necesita
mucha fuerza moral y una real cercanía al Señor. “Aprended de mí, que soy manso
y humilde de corazón”, dijo Jesús (Mateo 11:29). Y su fiel siervo, quien
aprendió de él, escribió: “Yo Pablo… soy humilde entre vosotros” (2 Corintios
10:1).
LA
INGRATITUD ES HIJA DE LA SOBERBIA
Era yo un
niño cuando el padre de un amigo nos decía: "Podéis tener muchos defectos,
pero nunca seáis ingratos. Todo os lo perdonarán vuestros amigos si sabéis ser
agradecidos y hasta las mayores virtudes pasan desapercibidas en los
ingratos." La ingratitud es el peor de
los defectos y que sin duda nace de la creencia de que no debemos luchar por
ganarnos el respeto y el cariño de quienes nos rodean, es decir, de la
soberbia.
Esta frase que liga soberbia e ingratitud no es de origen popular, como podría
pensarse porque podemos oírla habitualmente, sino que pertenece a don Miguel de
Cervantes.
En un portaaviones: “MISIÓN
CUMPLIDA” (cartelón colocado en el USS Lincoln el uno de mayo de 2003, día
en el que el presidente Bush anunció el final de las grandes operaciones
militares en Irak. En aquella fecha, el número de soldados norteamericanos
muertos ascendía a 217. El día que escribo estas líneas, la cifra superó los
2.700).
Para el rabino Adin
Steinsaltz: “Cuando alguien intenta descubrir quién es empleando
realidades secundarias como término de comparación, se topa con una serie de
conchas vacías que dependen las unas de las otras para encontrar sentido”.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.