Los campesinos "perezosos" dormir en lugar de trabajo, en representación de la pereza y la indolencia, en la parábola del trigo y la cizaña de 1624, por Abraham Bloemaert. |
La
pereza (en latín, acidia) es el más «metafísico» de los pecados capitales, en
cuanto está referido a la incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la
existencia de uno mismo. Es también el que más problemas causa en su
denominación. La simple «pereza», más aún el «ocio», no parecen constituir una
falta.
Hemos
preferido, por esto, el concepto de «acidia» o «acedía». Tomado en sentido
propio es una «tristeza de ánimo» que aparta al creyente de las obligaciones
espirituales o divinas, a causa de los obstáculos y dificultades que en ellas
se encuentran.
Bajo
el nombre de cosas espirituales y divinas se entiende todo lo que Dios nos
prescribe para la consecución de la eterna salud (la salvación), como la
práctica de las virtudes cristianas, la observación de los preceptos divinos,
de los deberes de cada uno, los ejercicios de piedad y de religión.
Concebir
pues tristeza por tales cosas, abrigar voluntariamente, en el corazón, desgano,
aversión y disgusto por ellas, es pecado capital. Tomada en sentido estricto es
pecado mortal en cuanto se opone directamente a la caridad que nos debemos a
nosotros mismos y al amor que debemos a Dios. De esta manera, si
deliberadamente y con pleno consentimiento de la voluntad, nos entristecemos o
sentimos desgano de las cosas a las que estamos obligados; por ejemplo, al
perdón de las injurias, a la privación de los placeres carnales, entre otras;
la acidia es pecado grave porque se opone directamente a la caridad de Dios y
de nosotros mismos.
Considerada
en orden a los efectos que produce, si la acidia es tal que hace olvidar el
bien necesario e indispensable a la salud eterna, descuidar notablemente las
obligaciones y deberes o si llega a hacernos desear que no haya otra vida para
vivir entregados impunemente a las pasiones, es sin duda pecado mortal.
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