La avaricia es una
inclinación o deseo desordenado de placeres o de posesiones. La codicia,
por su parte, es el afán excesivo de riquezas, sin necesidad de querer
atesorarlas.
La codicia (o a veces la avaricia)
se considera un pecado capital, y como tal, en cualquier sociedad y época, ha
sido demostrada como un vicio. En efecto, al tratarse de un deseo que sobrepasa
los límites de lo ordinario o lícito, se califica con este sustantivo actitudes
peyorativas en lo referente a las riquezas.
La codicia es un término que
describe muchos otros ejemplos de pecados. Estos incluyen deslealtad, traición
deliberada, especialmente para el beneficio personal. Búsqueda y acumulación de
objetos, estafa, robo y asalto, especialmente con violencia, los engaños o la
manipulación de la autoridad son todas acciones que pueden ser inspirados por
la avaricia. Tales actos pueden incluir la simonía.
Los budistas creen que la codicia
está basada en una errada conexión material con la felicidad. Esto es causado
por una perspectiva que exagera los aspectos de un objeto.
No hay nadie peor que el avaro consigo mismo, y ese es el justo pago de su maldad.
Libro Eclesiástico •Capitulo 14 La avaricia
y la envidia 14:6
Simbología
Se pinta a la avaricia siempre ya
entrada en edad, flaca, algunas veces hidrópica, con el rostro pálido y
amoratado, ocupada en contar su dinero o teniendo un bolsillo cogido con
fuerza.
Se le da por atributo un lobo
hambriento. Entre los poetas, Tántalo es el emblema del avaro. Para expresar
que solo hace bien cuando muere, los italianos la han dado por divisa una víbora,
con estas palabras: Offende viva, e risana morta, Hiere cuando vive y
después de muerta cura. Se la puede también representar con una mujer que se
aparta de un cuerno de la abundancia.
El mito global solo nos empuja a la era de la melancolía. El modelo de la codicia se balancea entre la ira y la codicia; mientras la aldea global es solo una esperanza ingenua.
Lao Tse
La avaricia se diferencia de
la codicia ya que ésta última supone el afán
excesivo de riquezas,
aunque sin la voluntad de atesorarlas. Quien es avaro, pretende acumular todo
tipo de riquezas materiales y no está dispuesto a gastarlas o compartirlas.
Es frecuente que la avaricia
aparezca vinculada con otros pecados o con delitos, como la traición, la estafa
y el soborno. El avaro sólo pretende sumar más y más riquezas y no conoce
ningún límite legal o ético para cumplir con su objetivo. Si es necesario
perjudicar a otra persona o pasar por encima de la ley, el avaro está dispuesto
a hacerlo.
El vínculo que el avaro
establece entre la felicidad y las posesiones materiales es condenado por las
religiones. Asociar el placer con un objeto, en definitiva, impide el pleno
desarrollo del sujeto y lo aleja de la dimensión espiritual.
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